viernes, 4 de mayo de 2012

Boceto para "The wonderful wizard of Oz"



Yo quiero un corazón.
Yo quiero un cerebro.
Yo quiero conocer el valor.

Yo lo único que quiero es volver a casa.



En Chicago, a principios de abril de 1900, L.Frank Baum creía en el niño moderno. Con su famoso relato, trató de rejuvenecer el folklore, las leyendas y los cuentos, prescindiendo de cualquier incidente desagradable. No sé si lo logró. De entrada, nos sitúa en las praderas de Kansas. Una llanura infinita devastada por la desolación. Gris, todo es abominablemente gris. Tampoco es amable el retrato de los tíos de Dorothy. Tío Henry y tía Em son dos granjeros toscos, antipáticos, cuyas miradas severas desconocen la risa. 

La entrada en el mundo de Oz viene precedida de un repentino ciclón que hace saltar la casa por los aires. En el aterrizaje, Dorothy aplasta a la malvada bruja del Este. Sin duda, L.frank Baum poseía un peculiar sentido de lo escabroso.

Tampoco es afortunada la crítica que L.Frank Baum envía en su prólogo hacia la vieja usanza de los cuentos. No creo que todos los antiguos narradores necesitaran de accidentes grotescos para resaltar la pavorosa moraleja que escondían muchos de sus cuentos. Existen infinidad de buenas fuentes y destacadísimos aciertos. Aunque bien es cierto, que se han cometido numerosos errores en nombre de la educación. Y lo que es peor,  continúan cometiéndose. 

Bernard Shaw lo expresó en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de oro». 

No conozco a nadie que conozca las claves de cómo construir el cuento inmortal. Es cierto, que una inmensa mayoría de escritores pecan de escrupulosos y moralinos. Menosprecian a los niños y tratándolos como idiotas, empuñan la antorcha de lo políticamente correcto, guiando esas inocentes cabecitas huecas hacia lo hondo de la pésima literatura infantil. De ese lodo no sale nadie con vida. Ni escritor, ni lectores. Otros padres, temerosos de que el niño descubra en los cuentos la crueldad y la nobleza de la vida, tratan de tapar sus delicados ojitos,  proporcionándoles sucedáneos esponjosos y edulcorados que solo atontan y disminuyen el potencial de sus prodigiosas imaginaciones.

No apuesten nunca por ese tipo de literatura.

Un niño está preparado para todo, incluso para leer un libro magistral.

L. Frank Baum creyó en la creación de un cuento de hadas moderno con el que conservar el sentido de lo maravilloso y mediante la alegría de su talento, alumbrar los sótanos donde baila la pesadilla.

A mi me bailó, vaya si me bailó.

  

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